Esta vez me salgo un poco de lo que suelo escribir en el blog para hablar de una idea que lleva meses rondándome la cabeza: la libertad.
Este verano se han conmemorado 25 años del brutal secuestro y asesinato de Miguel Angel Blanco. Años después, estuve en uno de esos homenajes en Ermua y recuerdo que, hablando con amigos que llevaban escolta, uno de ellos me decía: “Fernando, nuestra generación nació en libertad, en una democracia en la que los límites son más suaves y pensamos que no hay que hacer nada porque será para siempre. Pero aquí, que sabemos lo que es vivir sin libertad, el día que seamos libres tendremos la obligación de cuidar y proteger la libertad para no volver a perderla”.
Porque, como me decía mi amigo hace ya unos años, si no protegemos la libertad corremos el riesgo de perderla y perderla para siempre como ha ocurrido en algunos países suramericanos.
La pandemia y sus confinamientos han sido situaciones en las que los gobernantes han podido comprobar lo atractivo que es para ellos limitar la libertad de las personas y lo “sencillo” que es gobernar sin tener que dar muchas explicaciones.
Eso unido a la cada vez más creciente maraña legislativa, que no solamente regula la vida social, sino que influye o limita la actividad de las personas, haciendo que sea necesario que los ciudadanos empecemos a tomar conciencia de que debemos defender nuestra libertad. Los que empezaron siendo unos recortes económicos a nuestra libertad, con una cada vez mayor presión fiscal para el dinero que ganamos con nuestro trabajo, se están convirtiendo en unos recortes sociales que no te permiten elegir la educación de tus hijos o te quieren limitar los litros de aceite que puedes comprar.
Europa ha sido ejemplo de libertad y desarrollo durante el siglo XX, pero los populismos, la falta de liderazgo y las ansias de control de los gobernantes hacen que esos pilares no sean lo robustos que deberían ser. Es nuestra obligación como ciudadanos defender nuestra libertad individual porque de ella depende la libertad de todos.