Ya son varios los años en los que el coche eléctrico es el centro del debate en el sector automovilístico. Voy a intentar dibujar el panorama de la situación actual y hacia donde creo que nos movemos.
Antes un poco de historia:
Europa decidió durante la crisis del petróleo de 1973 apostar por el motor diésel en vez de gasolina, como hace EE.UU., porque el Brent existente en el norte de Europa es más fácil de refinar a este combustible y así nos garantizábamos la disponibilidad. Además de que el diésel es más eficiente, demanda menos combustible. De ahí que hoy casi seguro tengas un diésel en tu garaje.
Gracias al desarrollo de esta tecnología se consigue, a finales de los noventa y principios de siglo, el boom de los coches diésel. Vehículos que gastan y contaminan cada vez menos. Parece que se ha dado un gran paso y se entiende que el futuro será la mejora de estos motores.
Pero llega el famoso caso “Dieselgate” del Grupo Volkswagen en Estados Unidos. Se descubre que todos los modelos diésel de sus marcas, Audi, VW, Seat y Skoda, tienen un software que altera los valores de emisiones para así poderlos homologar con menor consumo y ser más competitivos. La trampa afecta indirectamente a todos los fabricantes europeos que son vistos en EE.UU., principal mercado de las marcas occidentales, como unos estafadores.
Este engaño provoca que la Unión Europea, y en especial Alemania, se asuste por lo que pueda sufrir una de las mayores industrias del continente y decide apostar por el coche eléctrico. El cambio, como muchos otros hechos desde la burocracia (recuerdo aquello de los olivos de plástico para la PAC), se hace sin tener en cuenta multitud de factores y atendiendo a unos datos que se están viendo cada vez más irreales. Y así hemos llegado hasta hoy. Con anuncios grandilocuentes de que en 2035 no se venderán coches de combustión o en 2050 no podrán circular los motores de gasolina.
Pero la realidad es otra. Ahora mismo estamos con un lío con diferentes frentes abiertos.
Los fabricantes se han lanzado a desarrollar el motor eléctrico y todos sus componentes de la mejor manera que saben. Es decir, innovando. En menos de una década hay ya coches que superan los 600 kilómetros de autonomía eléctrica y que son capaces de cargar hasta un 80% en menos de veinte minutos. No son datos comparables al motor de combustión, pero recordemos que el motor diésel tiene más de un siglo de desarrollo y que en 1890 no creo que hubiese muchas gasolineras en el mundo ni costase un coche 10.000€ de la época. Como punto intermedio tenemos los híbridos enchufables, que me parecen ahora mismo la opción más interesante porque permiten aprovechar todas las ventajas (precio contenido, bajo consumo, beneficios fiscales, acceso a las ayudas…)
Ya está el coche eléctrico “desarrollado”. Van ahora, como hizo Henry Ford, a popularizarlo. Pero se encuentran con algunos contratiempos:
En Europa no hay ni fábrica de baterías, ni tenemos la tecnología ni los materiales para producirlas. Lo tienen todo, o casi todo, los chinos, que ¡oh! llevan más tiempo desarrollando el coche eléctrico, saben de las dificultades que conllevan y no lo van a poner fácil. Se anuncian inversiones y proyectos de fábricas de baterías y se decide que en zonas donde haya tierras raras se podrán explotar yacimientos que garanticen los materiales necesarios. Ningún anuncio pone fechas, solo que en 2035 no se podrán vender coches de combustión. Y eso sin hablar de los ecologístas.
Siguiente freno (que es el que más asusta a los clientes) ¿dónde lo cargo? Si tienes una plaza de garaje, lo tienes algo más fácil. Pero ¿y si aparcas en la calle? Pues a buscarte la vida. Porque, aunque hay empresas que han empezado a instalar postes, no todos son compatibles entre sí (como en la tele, tienes que tener varias suscripciones) y los públicos quedan muy bien para la inauguración, pero después la mayoría no funcionan por falta de mantenimiento. Si sumamos los puntos de carga que han anunciado alcaldes, presidentes autonómicos y ministros en los últimos años, una ardilla podría ir desde Algeciras a Irún sin pisar el suelo. Pero la realidad es que solo las grandes zonas urbanas (Madrid y Barcelona) tienen algo desarrollada la red. El resto: un páramo. Pero no se olvide, ¡eh!, que para 2035, solo coches eléctricos.
Y, por último, lo que ocurre cuando desarrollas normas bonitas de cara a la galería, pero poco prácticas en la realidad: las ayudas. Los gobiernos se lanzan a incentivar el coche eléctrico, pero, como son modelos costosos de producir, las marcas lo introducen en los modelos más grandes, y por tanto más caros y que más margen dejan. De esta manera, estamos subvencionando la compra de coches a los que pueden acceder a esos modelos. Si además permito que, con un pequeño motor eléctrico, se considere un coche ecológico, pues al motor V8 de gasolina de 450 cv se le añade un motor de 40cv eléctrico y así el cliente no paga zona azul o impuesto de matriculación. Es decir, se buscaba democratizar el coche eléctrico y lo que se ha conseguido es pagar la primera ronda a los mainstreamers.
Como decía el otro día en una muy interesante entrevista Luca de Meo, estamos queriendo realizar una revolución que debería durar 40 años en menos de la mitad de tiempo. Y si a eso se le añade la pandemia y la debilidad económica de la Unión Europea, pues tenemos la tormenta perfecta.
Ya hemos comentado en anteriores entradas que vivimos un cambio de era. Y el automóvil, como ya pasó en la revolución industrial, va a jugar un papel muy importante porque sigue siendo el único objeto que me permite absoluta movilidad e independencia (ojo a los patinetes eléctricos que en determinadas zonas urbanas están sirviendo de sustituto). Lo difícil a día de hoy es saber en qué va a consistir ese papel.
Mi previsión es que en 2035 los fabricantes una vez más serán capaces de llegar al reto planteado, pero ni los consumidores ni las administraciones tendrán capacidad económica para poder asumir semejante cambio en tan poco tiempo y se seguirán vendiendo coches de combustión. Cómo se venderán o quién, eso lo dejamos para otra entrada…